10.10.10

El fascismo según Giovanni Gentile

Giovanni Gentile
ORÍGENES Y DOCTRINA DEL FASCISMO, 1927
_____________________________
GENTILE, Giovanni — Origini e dottrina del fascismo. Roma, Libreria del Littorio, 1929, pp. 5-54. Extraído y traducido de: DE FELICE, Renzo — Autobiografia del Fascismo. Antologia di testi fascisti 1919-1945. Torino, Einaudi, 2004, pp.247-271.

Giovanni Gentile (1875 — 1944) fue un filósofo italiano (idealismo actual), profesor universitario. Colaboró con Benedetto Croce. Fue Ministro de Instrucción Pública entre 1922 y 1925 durante el gobierno de Mussolini y autor de la reforma educativa. Fue miembro del Gran Consejo Fascista. Murió en 1944 asesinado por un grupo partisano en Florencia. Días antes le había confesado al filósofo y amigo antifascista Mario Manlio Rossi: "Vuestros amigos ahora pueden matarme. Mi tarea en esta vida ha terminado"

Benito Mussolini según Gentile
Benito Mussolini salió en 1915 del socialismo italiano para volverse el más fiel intérprete del Pueblo de Italia,... Y como había combatido la masonería estando en el socialismo, e inspirándose en el sindicalismo soreliano, había opuesto a la corrupción parlamentaria del reformismo los postulados idealistas de la revolución y de la violencia; ... Mazziniano de aquel temple genuino que el Mazzinianismo encontró en su Romaña, él había superado ya toda la ideología socialista, primero por instinto y después por reflexión, ..., sentía ya, más que todos, la necesidad de asegurar la primera condición de existencia: la forma del Estado, que sea Estado, con una ley que sea respetada, con un valor que pueda hacerle reconocer tal autoridad. ... Cuando el 23 de marzo de 1919, en Milán, sede de Il Popolo d’Italia y centro de la propaganda de Benito Mussolini fue fundado en torno a él y por su voluntad el primer Fascio de combate, el movimiento disgregante y negativo de la post-guerra estaba virtualmente detenido. Los Fascios llamaban a juntarse a los italianos, quienes, a pesar de los desengaños y los dolores de la paz, mantenían fe en la guerra; y para hacer valer la victoria, que era la prueba del valor de la guerra, querían volver a dar a Italia el dominio de sí, a través de la restauración de la disciplina y el reordenamiento de las fuerzas sociales y políticas dentro del Estado. No era una asociación de creyentes, sino un partido de acción., el cual tenía necesidad no de programas particularizantes, sino de una idea que señalase una meta y por lo tanto un camino y que enseñara a recorrer con aquella voluntad resuelta que no conoce obstáculos, porque está lista a derrumbar a cuantos encuentre.

¿Voluntad revolucionaria? Sí, porque es constructora de un nuevo Estado.

Los fascii
Y los Fascios hicieron la revolución: una revolución que tenía una idea, un jefe, una voluntad. Había empezado con la guerra, declarada de modo que ya había herido a muerte al Parlamento, haciendo sacudirse los obstáculos legales al prevalecer el ejecutivo y profundo querer nacional, o sea, el del pueblo aspirante a dignidad y potencia de Nación. Esta revolución fue continuada y empujada gallardamente a la meta: la ilegalidad de cuatro años (1919-1922) fue la forma necesaria a la manifestación de este querer nacional hasta el 28 de octubre de 1922, cuando el viejo Estado fue barrido por el ímpetu vehemente de la nueva fe juvenil y los Fascios fueron la nueva Italia.

El estado
Después del 28 de octubre de 1922, el Fascismo no tiene ya más frente a sí un Estado que hay que abatir: él es ya el Estado, y no persigue sino a las facciones internas que se oponen y resisten al desarrollo del principio fascista que anima al Estado nuevo. No es más la revolución contra el Estado, sino el Estado contra los residuos y detritos internos que obstaculizan su desarrollo y organización. El periodo de las violencias y las ilegalidades se acabó, aunque el escuadrismo continúe, por algún tiempo a dar aquí y allá algún destello, a pesar de la férrea disciplina con la cual el Duce del Fascismo y ya Jefe del Gobierno se esfuerza por adecuar a la realidad la lógica que regula el desarrollo de su idea y del partido en el cual él la ha encarnado. ...
La política fascista gira toda en torno al concepto del Estado nacional, concepto que tiene puntos de contacto con la doctrina nacionalista; tantos, que se hizo prácticamente posible la fusión del Partido Nacionalista con el Fascista en un único programa, pero tiene también sus caracteres propios
Ambas doctrinas ponen al Estado como fundamento de cada valor y derecho de los individuos que forman parte de él. El Estado, tanto para una como para la otra, no es un resultado, sino un principio. Pero allí donde, para el nacionalismo, la relación establecida por el liberalismo individualista y por el mismo socialismo entre el Estado e el individuo se revierte y, concebido el Estado como un principio, el individuo se vuelve un resultado, algo que tiene su antecedente en el Estado, que lo limita y lo determina, suprimiéndole la libertad, o condenándolo sobre un terreno en el cual él nace, debe vivir y debe morir; en cambio, para el Fascismo, Estado e individuo se identifican, o más bien, son términos inseparables de una síntesis necesaria.
El Estado está dentro de nosotros mismos, madura, vive y debe vivir, crecer, agrandarse y elevarse siempre en dignidad y conciencia de sí y de sus altos deberes y de los grandes fines a los cuales es llamado, en nuestra voluntad, en nuestro pensamiento y en nuestra pasión. Se desarrolla el individuo y se desarrolla el Estado; se consolida el carácter de lo particular y dentro de ello se consolida la estructura, la fuerza y la eficiencia del Estado.
El Estado fascista, por lo tanto, a diferencia del nacionalismo, es una creación totalmente espiritual. Y es Estado nacional porque la misma acción, desde el punto de vista del Fascismo, se realiza en el espíritu, .. . La Nación no está nunca hecha, como tampoco el Estado, que es la misma Nación en la concretización de su forma política. El Estado está siempre in fieri,(en devenir) Y está todo en nuestras manos. Por lo tanto, nuestra responsabilidad es grandísima.
El Estado fascista, en cambio, es Estado popular, y en ese sentido democrático por excelencia. La relación entre el Estado y no éste o aquel ciudadano, sino cada ciudadano que tenga derecho a decirse tal, es tan íntima como se ha visto, que el Estado existe en cuanto y por cuanto lo hace existir el ciudadano. Por lo tanto, su formación es formación de la conciencia de los particulares, y esto es, de la masa, en cuya potencia consiste la potencia del Estado.

El Estado corporativo

De este carácter del Estado fascista deriva la gran reforma social y constitucional que viene realizando el Fascismo, instituyendo el régimen sindical corporativo y encaminándose a sustituir al régimen del Estado liberal por aquél del Estado corporativo. El Fascismo, de
hecho, ha aceptado del sindicalismo la idea de la función educativa y moralizadora de los sindicatos; pero debiendo superar la antítesis de Estado y sindicato, con esta función ha debido esforzarse por atribuir a un sistema de sindicatos, que integrándose armónicamente en corporaciones, pudieran someterse a una disciplina estatal y expresar desde el propio seno el mismo organismo del Estado, el cual debiendo alcanzar al individuo para actuar en su voluntad, no lo busca como aquel abstracto individuo político que el viejo liberalismo suponía átomo indiferente; sino que lo busca como sólo lo puede encontrar, como es en el hecho, como una fuerza productiva especializada, que por su misma especialidad es llevado a fraternizar con todos los demás individuos de la misma categoría, pertenecientes al mismo organismo económico unitario que es dado por la Nación.
_____________________________

Credere, obbedire, combattere




Entre 1925 y 1939 cuatro secretarios del partido fascista trabajaron en la sucesión para presentar el nuevo orden casi religioso al pueblo italiano con el objetivo de establecer al “Nuevo Hombre” del fascismo. Este hombre nuevo debería construirse desde la infancia.

De acuerdo con el historiador Emilio Gentile, el secretario Roberto Farinacci (1925–26) “ayudó a instaurar el régimen con ‘fe dominica’”. Su sucesor, Augusto Turati (1926–30), “preconizó la necesidad de ‘creer plenamente: creer en el Fascismo, en el Duce, en la Revolución, así como uno debía creer en la Divinidad’”. Con una lealtad ciega característica, Turati declaró: “Aceptamos la Revolución con orgullo, aceptamos estos dogmas con orgullo; incluso si se nos demuestra que son incorrectos, los aceptamos sin argumentarlo”. No es de sorprender que su catecismo de 1929 sobre el fascismo enfatizara “la subordinación de todos a la voluntad de un Líder”.

El secretario del partido, Giovanni Giurati (1930–31), alentó a la organización de Jóvenes Fascistas para que tuvieran un carácter tanto militante como misionero, acorde con el mandato de 1930 de Mussolini: “Creer, Obedecer, Combatir”. Los fascistas italianos creían que su movimiento tenía las características importantes y apropiadas de la Iglesia Católica Romana. Sin embargo, en 1931 el secretario de la organización de Jóvenes Fascistas, Carlo Scorza, declaró que esas características religiosas no incluían la mansedumbre ni la humildad. En lugar de eso —escribió—, el movimiento de Mussolini había aprendido mucho de la “gran escuela del orgullo y la intransigencia”; los fascistas de Italia habían adoptado los métodos de “aquellos grandes y perennes pilares de la Iglesia, sus grandes santos, sus pontífices, obispos y misioneros: espíritus políticos y guerreros que empuñaban la cruz y la espada, y utilizaban la hoguera, la excomunión, la tortura y el veneno sin hacer distinción —por supuesto, no en busca de un poder temporal o personal, sino en nombre del poder y la gloria de la Iglesia”.
La religión cívica de Mussolini alcanzó su cumbre con el nombramiento de Achille Starace (1931–39) como secretario del partido. En 1936, observa Gentile, los Jóvenes Fascistas eran instruidos para “Tener siempre fe. Mussolini les dio su fe… Todo lo que el Duce diga es verdad. Las palabras del Duce no deben ser refutadas… Cada mañana, después de recitar su ‘Credo’ en Dios, reciten su ‘Creo’ en Mussolini”.
(Extractado de un artículo de la Revista digital Visión, de España).

Fuentes. Documentos Mussolini

Concepción general.

«El fascismo, como toda concepción política sólida, es acción y pensamiento (...). Es, pues, una concepción espiritualista, nacida, también ella, de la reacción operada en este siglo, contra el menguado y materialista positivismo del siglo xix; concepción antipositivista, pero positiva, no escéptica ni agnóstica, ni pesimista, ni tampoco pasivamente optimista como son, por regla general, las doctrinas (todas ellas negativas) que colocan el centro de la vida fuera del hombre, el cual con su libre voluntad puede y debe crearse su mundo. El fascismo quiere al hombre activo y entregado con todas sus energías a la acción; le quiere varonilmente consciente de las dificultades con que ha de tropezar, y dispuesto a enfrentarse con ellas; concibe la vida como una lucha, persuadido de que al hombre incumbe conquistar una vida que sea verdaderamente digna de él, creando ante todo en su persona el instrumento (físico, moral, intelectual) necesario para construirla. Y esto rige no sólo para el individuo, sino también para la nación y para la humanidad. De aquí el gran valor de la cultura en todas sus formas (arte, religión, ciencia) y la importancia grandísima de la educación. De aquí también el valor esencial del trabajo, con el cual el hombre vence a la naturaleza y plasma el mundo humano.»

(Benito Mussolini: Doctrina del fascismo, 1932.)
En: Prats, Historia del Mundo Contemporáneo, Edit. Anaya, Madrid 1996. p. 85

El Estado según el fascismo italiano.

Muy pronto los conceptos de fascismo de Italia se confundirán en un mismo pensamiento. Porque nuestra fórmula, creación de un régimen político nuevo, es la que sigue: "Todo en el Estado, todo por el Estado, nada fuera del Estado”. Además, aportando a la vida todo lo que sería un grave error confinar en la política, crearemos ( ) la generación nueva. Cada uno cumplirá un deber determinado. A veces me sonríe la idea de ( ) la creación de clases: una clase de guerreros presta a morir, una clase de jueces competentes y rectos, una clase de gobernadores enérgicos y autoritarios, una clase de explotadores inteligentes y atrevidos, una clase de soberbios capitanes de industria. Únicamente por esta selección metódica y sistemática se crean las grandes categorías, las cuales a su vez crean los grandes imperios.»
(Benito Mussolini: El fascismo expuesto por Mussolini. Madrid, 1934.) Id. p. 85

Juventud italiana

«El centro de actividades de la GIL (Giuventó Italiana del Littorio) estaba en la asamblea obligatoria de todos los sábados por la tarde, desde las tres y media a las seis, durante el año escolar, el llamado "sabato fascista". Todos los que asistían tenían que vestir su uniforme: las chicas llevaban blusas blancas y faldas plisadas negras, mientras que el uniforme de los chicos recordaba al de los Boy Scouts, con la diferencia de que sus camisas y calcetines eran negros, y llevaban fez en la cabeza.


La sesión comenzaba pasando lista y desfilando. Luego todos los jóvenes realizaban ejercicios gimnásticos y otros ejercicios de grupo. Además, a los chicos se les daba instrucción militar. En las ciudades más grandes estas actividades se desarrollaban en terrenos próximos a los colegios, a los que asistían los chicos durante la semana, y los instructores regulares de la GIL enseñaban también educación física en el mismo colegio. La instalación de escuelas vecinales (...) tendía a mantener separadas a las clases media y baja; sólo en las comunidades más pequeñas se mezclaban con más libertad los chicos pertenecientes a las diferentes clases sociales.»
. Ibidem, p. 86

Para seguir leyendo sobre la educación de la juventud, pueden ir a ver la organización Balilla