6.3.16

Identidad

FUENTE:  http://www.educ.ar/sitios/educar/recursos/fullscreen?id=92032
ilustraciones de la Prof. Robledo

En la pregunta sobre la existencia del sujeto (¿quién soy?) debemos, más que buscar captar la esencia de una personalidad, su profundidad insondable (y por lo general también huidiza), tratar de captar y comprender un movimiento. Cada uno de nosotros es eso: un movimiento, un desplazamiento de energías, cualidades y actitudes, un constante cambio en el que ciertas cosas son permanentes pero muchas otras fluidas modificaciones sin fin, un caudal de impulsos a veces ordenados y a veces turbulentos que tienden hacia situaciones que no se han elegido pero que no pueden tampoco evitarse.
Nietzsche, anticipándose a Freud, plantea este problema con la idea de que el yo es una ficción, una sustancia inexistente. Se trata, en la visión de ambos pensadores, de una pluralidad de fuerzas en conflicto. Cada uno de nosotros es la lucha de muchos yoes (Nietzsche) o la tensión de instancias internas al individuo que se contraponen (Freud) y no la unívoca manifestación de una esencia.
La pregunta básica "¿quién soy?" es entonces una pregunta con trampa y establece la búsqueda de un imposible: nada puede responder desde el fondo de nosotros ni tampoco apelando a un conocimiento externo y fijo. Subir la apuesta y preguntar, probablemente en medio de una situación de angustia "¿quién soy yo de verdad?" no hace sino empeorar las cosas: más buscamos la claridad y más la sentimos perdida. Este cuestionamiento representa sin embargo una búsqueda o un interés legítimo de autoconocimiento. Tal vez no seamos una esencia fija, pero el interés por comprender el fenómeno de movimiento que somos es valioso, ¿cómo podemos favorecer tal exploración sin generar, diríamos, las falsas expectativas metafísicas, la esperanza de encontrar una respuesta definitiva y dura? ¿Cómo ayudar a plantear esta pregunta de manera que de lugar a procesos de reconocimiento que ayuden al despliegue personal y evitar que por el contrario provoquen una parálisis temerosa?
Si quisiéramos plantear un ejercicio dinámico de observación de ese mundo cambiante y lleno de tensiones que es un sujeto real, ¿por qué no proponernos entonces como objeto de nuestra atención la necesidad de registrar un cambio más que apelar al inabordable tema de la identidad? Partamos de la idea básica de que somos entonces un movimiento: ¿cómo se releva un movimiento, el trazo de nuestro ser en el mundo?
Supongo la necesidad de partir de un antes. "Cómo era yo antes", podríamos preguntar y preguntarnos pero, ¿antes cuando, es necesario fijar un momento? En ese caso estaríamos intentando que el pasado respondiera de la manera fija que estamos buscando evitar, aunque el "cómo" resulta de todas formas menos restrictivo que la pregunta por el "quién". El "cómo soy" propone avanzar en una descripción, mientras que la otra opción parece anular los recursos discursivos. ¿Podríamos entonces establecer una secuencia del tipo: "vengo de allá, estoy por aquí, me parece que me gustaría ir hacia tal lado"?
Daría la impresión de que estuviéramos hablando de un viaje, lo que es una linda idea: el viaje de la vida. Suplantamos la creencia en la realidad de un ser de base por la de un desplazamiento que posee el carácter de una aventura (por lo cual la narración pasa a ser una de las formas adecuadas de captar al ser, cosa que desde el punto de vista racionalista -que nuestra visión trata o del universo del mito). Pero se trata de un viaje que no es realizado por un sujeto, sino del viaje como imagen del ser, ¿tiene sentido esto? ¿Cómo dárselo? Lo podemos hacer diciendo: cada vez que se dice ser se dice ser determinado, y esa determinación es la historia de un movimiento, de un desplazamiento.
Otro aspecto interesante que surge de la serie "vengo de allá, estoy aquí, me gustaría ir para allá" es el hecho de haber eludido formular el tercero de los términos con la fórmula "voy para allá". Y probablemente no sería incorrecto hacerlo, pero el "me gustaría" da de lleno en el origen de la fuerza del cambio: la presencia de un deseo. La otra opción, la que busca un ser en profundidad y no uno en acto, debe cargar con el peso de la idea de un destino. Llegado el momento de pensar la esencia como una acción, esta aparece como una acción fija: el llamado destino. El destino es la visión neurótica del movimiento del ser (he nacido para cumplir con un mandato, mi vida no es mía), mientras que el deseo es por el contrario la perspectiva más abierta y libre (puedo intervenir y modificar mi experiencia para que vaya hacia donde mi deseo me propone ir).
La pregunta generalmente planteada como "¿qué va a ser de mi vida?" debe ser reemplazada por la más correcta "¿qué quiero hacer con mi vida?". ¿Por qué "más correcta"? Porque es la que asume el rol activo del ser, su plena realización. La formulación convencional permanece en lo que podríamos llamar el nivel diagnóstico, el de la evaluación objetiva de un movimiento que nos excluye. Y si bien es cierto que no existe el yo duro y consistente de la esencia tampoco es verdad que esa carencia nos deje en un mundo abandonado. La nueva coyuntura es la de una nueva responsabilidad, la de un nivel de participación y creatividad antes difícilmente concebible en términos conscientes.
El tema de la identidad se resuelve por lo tanto, a mi gusto, de la siguiente manera: somos lo que queremos. No quiero decir que tengamos la libertad absoluta de elegir nuestras determinaciones al punto de adoptar la forma que deseamos adoptar, sino que lo que nos define de manera central es nuestro deseo, él genera el sentido que da dirección al ser que somos.
Pero volvamos al modo en que podríamos plantear la cuestión para estructurar un trabajo de aula. ¿Cómo proponer una metodología de auto-observación capaz de registrar estos tres momentos básicos del desplazamiento que somos, el pasado, el presente y el futuro?
Podríamos, por ejemplo, proponer esos tres títulos: antes, ahora y después, y pedir que cada uno de ellos encabece un texto en forma libre, o abrir incluso el juego a la posibilidad de utilizar otros formatos: responder mediante imágenes, listas, diálogos, etc, formas de registrar los estados transitorios por los que nuestra existencia pasa realizándose.
Podríamos también trabajar de manera distinta con cada uno de los tres momentos. Podríamos buscar el pasado a través de documentos, fotos, datos, que estimulen luego la descripción propia, el intento de captar ese universo ido; podríamos captar el presente a través de descripciones objetivas en las que intervengan terceros, incluyendo también la expresión de los deseos actuales (el ahora es el lugar del deseo, si bien su dirección afecta lo que sucederá en el futuro); podríamos buscar el tiempo por venir a través de planes, de movimientos activos que hagan evidente hasta qué punto la forma por venir depende de nuestros movimientos actuales.
El tema de la identidad resulta generalmente engañoso porque suele proponer referencias ideales para la tarea de autoconocimiento.
No somos el pasado de nuestro país o de nuestra raza, no somos el compromiso con un sentido histórico que está ausente de nuestra sensibilidad (tal vez a causa de un valioso movimiento evolutivo y no por falta de sentido), somos un movimiento y un deseo. Este texto no ofrece, como resulta evidente, una propuesta concreta y suficiente para estructurar una tarea en el aula. Señala solamente la necesidad de abordar este tema central para el pensamiento y para la existencia concreta de las vidas presentes en la clase con una perspectiva centrada en el cambio y el desarrollo.