10.4.13

Cine y Revolución I. 10 Cineastas y el imaginario de la revolución

Recuperar mi humanidad. Camilo Mejía


Recuperar mi humanidad

Camilo Mejía
Publicado el 13-04-2005 en la contratapa de PAG: 12

Fui enviado a Irak en abril de 2003 y en octubre regresé a Estados Unidos con licencia por dos semanas. Retornar a casa me dio la oportunidad de poner mis pensamientos en orden y escuchar lo que mi conciencia me decía. La gente me preguntaba por mis experiencias de la guerra y al responder volvía a vivir todos los horrores: los tiroteos, las emboscadas, la vez que vi cómo arrastraban por los hombros a un joven iraquí sobre un charco de su propia sangre o cuando el fuego de nuestras ametralladoras le arrancó la cabeza a un inocente. La vez que presencié el derrumbe emocional de un soldado porque había matado a un niño, o cuando un anciano cayó de rodillas y gritaba levantando los brazos al cielo, como preguntando a Dios por qué nos habíamos llevado el cuerpo sin vida de su hijo.

Pensé en el sufrimiento de un pueblo cuya patria estaba en ruinas y encima era sometido a nuevas humillaciones por los allanamientos, las patrullas y los toques de queda de un ejército de ocupación.

Y caí en cuenta de que ninguna de las razones que nos dieron para estar en Irak era cierta. No había armas de destrucción masiva. No había vínculo entre Saddam Hussein y Al Qaeda. No ayudábamos al pueblo iraquí y ese pueblo no nos quiere tener allá. No prevenimos el terrorismo ni hacemos más seguro a nuestro país. No pude encontrar una sola razón para haber estado allá, disparando contra personas y siendo blanco de disparos.

Venir a casa me dio claridad para ver la línea entre el deber militar y la obligación moral. Me di cuenta de que formaba parte de una guerra que me parecía inmoral y criminal, una guerra de agresión, una guerra de dominación imperial. Me di cuenta de que actuar según mis principios resultaba incompatible con mi función en el ejército, y concluí que no podía volver a Irak.

Al deponer mi arma escogí reafirmarme como ser humano. No he desertado del ejército ni he sido desleal a los hombres y mujeres del ejército. No he sido desleal a una patria. Solamente he sido leal a mis principios.

Cuando me entregué, con todos mis temores y dudas, no lo hice únicamente por mí. Lo hice por el pueblo de Irak, incluso por los iraquíes que me dispararon: ellos sólo estaban del otro lado de un campo de batalla en el que la guerra misma es el único enemigo. Lo hice por los niños de Irak, que son víctimas de las minas y del uranio empobrecido. Lo hice por los millares de civiles desconocidos que han muerto en la guerra. El tiempo que dure en prisión es un precio pequeño comparado con el que iraquíes y estadunidenses han pagado con su vida. Un precio pequeño comparado con el que la humanidad ha pagado por la guerra.

Muchos me han llamado cobarde, otros me dicen héroe. Creo que se me puede encontrar en algún punto medio. A quienes me han dicho héroe les digo que no creo en los héroes, pero sí creo que personas ordinarias pueden hacer cosas extraordinarias.

A quienes me llaman cobarde les digo que se equivocan y que, sin saberlo, también tienen razón. Se equivocan en creer que dejé la guerra por miedo de que me mataran. Reconozco que había miedo, pero también estaba el temor de matar inocentes, de colocarme en posición de tener que matar para sobrevivir, de perder mi alma en el proceso de salvar mi cuerpo, de perderme para mi hija, para la gente que me ama, para el hombre que antes fui, el hombre que quiero ser. Tenía miedo de despertar una mañana y darme cuenta de que mi humanidad me había abandonado.

Digo sin ningún orgullo que desempeñé mi cometido como soldado. Mandé un batallón de infantería en combate y nunca dejamos de cumplir nuestra misión. Pero quienes me llaman cobarde, sin saberlo, también tienen razón. Fui cobarde no por dejar la guerra, sino por haber sido parte de ella en un principio. Oponerme a la guerra y resistirla era mi deber moral, un deber que me llamaba a realizar una acción basada en principios. En vez de mi deber moral como ser humano opté por cumplir mi deber de soldado. Todo porque tuve miedo. Estaba aterrado: no quería enfrentar al gobierno y al ejército, temía el castigo y la humillación. Fui a la guerra porque en ese momento era un cobarde, y por eso pido perdón a mis soldados, por no ser líder en lo que debí serlo.

También pido perdón al pueblo iraquí. A él le digo que lamento los toques de queda, los allanamientos, las matanzas. Ojalá encuentren en sus corazones ese perdón para mí.

Una de las razones por las que no me opuse a la guerra en un principio fue porque tenía miedo de perder mi libertad. Hoy, sentado tras barrotes, me doy cuenta de que existen distintos tipos de libertad, y que pese a mi confinamiento sigo libre en muchas formas importantes. ¿De qué sirve la libertad si tenemos miedo de seguir los dictados de nuestra conciencia? ¿De qué sirve si no somos capaces de vivir con nuestros actos? Estoy confinado a una prisión, pero me siento más conectado que nunca con toda la humanidad. Detrás de estos barrotes soy un hombre libre porque escuché a un poder superior, la voz de mi conciencia.

Mientras estaba confinado en aislamiento total, me encontré un poema de un hombre que rechazó y se resistió al gobierno de la Alemania nazi. Por ello fue ejecutado. Se llamaba Alfred Hanshofer y escribió este poema mientras aguardaba la ejecución.

Culpa
La carga de mi culpa ante la ley
es ligera sobre mis hombros; conspirar
era mi deber para con el pueblo:
de no ser así habría sido un criminal.
Soy culpable, pero no en la forma que creen.
Debí haber cumplido mi deber antes, hice mal;
debí llamar al mal por su nombre,
vacilé demasiado tiempo en condenarlo.
Ahora me acuso con el corazón:
he traicionado mi conciencia demasiado tiempo,
me engañé a mí mismo y a mi prójimo.
Desde el principio supe el camino que seguía el mal,
¡mi advertencia no fue lo bastante fuerte y clara!
Hoy sé de qué fui culpable...

A quienes aún están callados, a quienes persisten en traicionar su conciencia, a quienes no llaman con claridad al mal por su nombre, a quienes no hacemos aún lo suficiente para rechazar y resistir, les digo "den un paso al frente", les digo "liberen su mente". Liberemos colectivamente nuestra mente, ablandemos nuestro corazón, confortemos a los heridos, depongamos las armas, y reafirmémonos como seres humanos poniendo fin a la guerra.

Camilo Mejía es hijo del legendario compositor sandinista nicaragüense Carlos Mejía Godoy (ver entrevista en Masiosare, 9/05/2004), pasó más de siete años en el ejército y ocho meses combatiendo en Irak. Durante una licencia militar solicitó estatus de objetor de conciencia y fue declarado prisionero de conciencia por Amnistía Internacional. El ejército estadunidense lo condenó a prisión por negarse a regresar a la guerra en Irak. El pasado 15 de febrero fue puesto en libertad.

"Honor o Muerte". Juan Gelman


Honor o muerte                    Por Juan Gelman

Publicado en la Contratapa de PAG. 12 el 17-04-2008

El 5 de junio se cumplirán tres años del suicidio en Irak del coronel norteamericano Ted Westhusing. Lo habían ascendido pocas semanas antes y le faltaban cinco para terminar su misión en el país ocupado. Lo encontraron en su trailer con el orificio de un tiro detrás de la oreja izquierda disparado por su Beretta 9 milímetros de servicio. En realidad, no se mató él: lo mató su sentido del honor militar.
No pocos veteranos de Irak y Afganistán se han suicidado –687 al 30 de marzo de 2007 (The Independent, 1-4-07)– sea en pleno servicio, sea al volver a casa, por razones que un grupo de psicólogos de las fuerzas ocupantes sigue investigando. Las que llevaron a la muerte de propia mano al coronel Westhusing –el de mayor grado hasta el momento– parecen claras, al menos la principal: su descubrimiento de la carencia de valores militares en los que creía profundamente. Era profesor de filosofía y de inglés en West Point, se había licenciado en estrategia militar y en filosofía rusa, publicaba trabajos acerca de su tema central, la ética militar. Su tesis de doctorado en Filosofía de la Universidad de Emory, Atlanta, se tituló “La virtud competitiva y cooperativa en el ethos bélico estadounidense”, un texto que exige del “guerrero que consagre todo su ser a la defensa de la Constitución de EE.UU., a la que ha jurado lealtad” (Texas Observer, 9-3-07), de lo cual era un practicante verdadero.
A fines del 2004, convencido de que el cumplimiento de sus ideales le demandaba acudir a la guerra inventada por W. Bush, abandonó la seguridad de la cátedra para ofrecerse como voluntario en Irak. Fue destinado al comando multinacional de seguridad bajo las órdenes directas de los generales Joseph Fil y David Petraeus, el mismo que, hoy comandante en jefe de las tropas ocupantes, compareció la semana pasada ante el US Senate para demandar que se eternice la ocupación de Irak. Asignaron a Westhusing la tarea de supervisar el trabajo de USIS (US Investigation Services), una empresa privada que el Pentágono contrató para entrenar a tropas del “gobierno” iraquí en operaciones antiterroristas especiales. Entonces se vio cercado por las contradicciones entre el filósofo que se hace preguntas y el soldado que debe obediencia.
El contrato de USIS por valor de 77 millones de dólares obliga a la firma a proporcionar instructores en materia de seguridad y su único gasto es el pago del salario de los 15 mercenarios israelíes que envió a Irak, unos 7500 dólares mensuales por cabeza. Westhusing comprobó que algunos de ellos no cumplían su labor, que USIS robaba al gobierno y que ese personal asesinaba a su antojo a civiles iraquíes. Elevó a sus superiores un detallado informe sobre la corrupción imperante y la respuesta fue un silencio que lo llevó a pensar que la situación también beneficiaba a sus jefes. Así comenzó a descender las gradas de la alarma y la desesperación.
“En los e-mails que enviaba a su familia, Westhusing se mostraba particularmente turbado por una conclusión que se le impuso: valores militares tradicionales con el deber, el honor y el país habían sido reemplazados por el afán de lucro en Irak, donde EE.UU. ha llegado a depender excesivamente de los contratistas para tareas que antes realizaban los militares” (The Hufftington Post, 10-4-08). Junto al suicida yacía una carta de cuatro páginas, escrita en letras mayúsculas, que dirigió a Fil y Petraeus. Dice en su párrafo inicial: “No estoy seguro de si puedo confiar en ustedes o no” (www.texasobserver.org, 9-3-07).
La carta no habla a medias: “Gracias por decirme que era un buen día hasta que les informé (sobre USIS). A ustedes sólo les interesa la carrera y no el apoyo a su personal... No puedo ser parte de una misión que entraña la corrupción, el abuso de los derechos humanos y la mentira. Estoy harto, ya no más. No decidí voluntariamente (venir a Irak) para secundar la corrupción, a los contratistas ávidos de dinero, a comandantes sólo interesados en ellos mismos. Vine para servir honorablemente y me siento deshonrado... ¿Para qué servir cuando no se puede cumplir la misión, cuando ya no se cree en la causa, cuando cada esfuerzo que uno hace choca con mentiras, la falta de respaldo y el egoísmo? Ya no más. Mírense a sí mismos, comandantes. Ustedes no son lo que piensan que son y yo lo sé” (www.alternet.org, 10-4-08). Lo supo y entró en una profunda depresión. La semana anterior al suicidio se lo vio desanimado, ausente de lo que sucedía y a menudo mirando fijamente su Beretta 9 milímetros. El católico Westhusing, soldado y filósofo, sólo encontró esa manera de terminar con el pisoteo manifiesto de su fe en el honor militar. Hay desilusiones que matan.