explotación de la gran industria y cae, así, víctima de la competencia con los capitalistas más poderosos; en parte, porque su habilidad productiva queda desvalorizada por los modernos procesos de producción. De esta forma, el proletariado se recluta a partir de todas las clases de la población. El proletariado recorre varias etapas de desarrollo. Su lucha contra la burguesía se inicia con su propia existencia. Al principio lucha el obrero aislado. Después, los obreros de una fábrica. Seguidamente, los obreros de todo un ramo productivo local contra el burgués individual que los explota directamente. Lanzan sus ataques no sólo contra las condiciones burguesas de producción, sino contra los mismos instrumentos de trabajo. Destruyendo las mercancías de la competencia, destrozando las máquinas e incendiando las fábricas, tratan de recuperar la situación, definitivamente desaparecida, del obrero medieval. Durante esta fase de desarrollo, los obreros constituyen una masa extendida ya por todo el país y desunida por la competencia. La cohesión de las masas obreras no resulta todavía de su propia unión, sino que es consecuencia de la unión de la burguesía, la cual, para conquistar sus propios objetivos políticos, se ve obligada a movilizar el conjunto del proletariado, cosa que consigue de momento. En esta fase pues, los proletarios no compiten contra sus enemigos, sino contra los enemigos de sus enemigos, los restos de la monarquía absoluta, los latifundistas, la burguesía no industrial, la pequeña burguesía. De esta forma, toda la iniciativa histórica se concentra en manos de la burguesía; toda victoria así obtenida es una victoria para la burguesía. Con el desarrollo de la industria, sin embargo, no solamente aumenta el número de proletarios, sino que se aglomeran en masas mayores, creciendo su fuerza y la conciencia de la misma. Los intereses y las condiciones de vida se igualan paulatinamente en el seno de la clase proletaria a medida que la maquinaria va borrando las diferencias entre un trabajo y otro y rebajando el salario al mismo nivel en casi todas partes. La creciente competencia de los burgueses entre si y las crisis comerciales que de ello resultan someten el salario del obrero a fluctuaciones cada vez mayores. La incontenible y progresiva mejora de la maquinaria hace cada vez más inseguras sus condiciones de vida, de modo que los enfrentamientos entre cada obrero y cada capitalista por separado van adoptando cada vez más el carácter de colisión entre dos clases. Los obreros comienzan a formar coaliciones contra los capitalistas agrupándose en defensa del salario de su trabajo llegan incluso a crear asociaciones de carácter permanente al objeto de acumular reservas en prevención de futuras rebeliones. En algunos sitios, la lucha desemboca en auténticos motines. De vez en cuando, los obreros consiguen la victoria, pero tan sólo transitoriamente. El resultado más genuino de su lucha no estriba en el éxito inmediato sino en la ampliación, siempre creciente, de la unión entre los obreros. Esa unión se ve propiciada por los crecientes medios de comunicación producidos por la gran industria, que permiten establecer contacto entre los obreros de las diversas poblaciones. Basta precisamente este contacto para que las diversas luchas locales, que en todas partes poseen la misma naturaleza, se puedan centralizar en una lucha nacional, de clase. Toda lucha de clase es, sin embargo, una lucha política. Gracias al ferrocarril, los modernos proletarios están en situación de conseguir su unión en unos cuantos anos, mientras que los burgueses de la Edad Media, con sus caminos vecinales, requerían siglos para llegar a ella. La organización de los proletarios como clase y, por tanto, como partido político, salta a cada momento en pedazos a causa de la competencia existente entre los obreros mismos. Pero resurge una y otra vez con más fuerza, más firme y poderosa, obligando al reconocimiento en forma de ley de algunos de sus intereses aprovechando las escisiones en el seno de la burguesía. Un ejemplo de ello es la ley de la jornada de diez horas en Inglaterra. Las colisiones que se dan en la vieja sociedad favorecen por distintos caminos el desarrollo del proletariado. La burguesía se halla empeñada en una lucha constante: al principio, contra la aristocracia; más tarde, contra otros sectores de la misma burguesía cuyos intereses están en contradicción con el progreso de la industria. Lucha de modo permanente contra la burguesía de los demás países. En todas estas luchas se ve obligada a recurrir al proletariado, exigiendo su ayuda y comprometiéndolo consecuentemente en el movimiento político. De este modo, proporciona al proletariado los elementos de su propia cultura y, con ello, las armas que se volverán contra ella. Además, como ya hemos visto, el progreso de la industria arroja al seno del proletariado a sectores enteros de la clase dominante o, cuando menos, pone en peligro sus condiciones de vida. También estos sectores aportan al proletariado todo un acervo de elementos culturales. Finalmente, en aquellos periodos en que la lucha de clases se aproxima al momento decisivo, el proceso de descomposición de la clase dominante, de toda la vieja sociedad, se hace tan acusado y tan estridente que una pequeña parte de esta misma clase dominante se escinde de ella y se incorpora a la clase revolucionaria, en cuyas manos está el porvenir. Así como en el pasado una parte de la nobleza se pasó al campo de la burguesía, también en la actualidad, una parte de la burguesía se pasa al proletariado y, de modo especial, una parte de los ideólogos burgueses que han sido capaces de elevar su esfuerzo intelectual hasta la comprensión teórica de la totalidad del movimiento de la historia. De todas las clases que hoy se enfrentan a la burguesía, tan sólo el proletariado constituye una clase auténticamente revolucionaria. Las otras clases se atrofian y desaparecen con la gran industria mientras que el proletariado es precisamente el producto más genuino de la misma. Las capas medias, el pequeño industrial, el pequeño comerciante y el campesino combaten, todos ellos, a la burguesía para asegurar su existencia como tales capas medias y salvarse de su hundimiento. No son, pues, revolucionarias sino conservadoras. Más todavía, son reaccionarias en cuanto que tratan de hacer girar hacia atrás la rueda de la historia. Y cuando son revolucionarias, lo son con vistas a su inminente transición hacia el proletariado, de modo que no defienden sus intereses actuales sino los de su futuro. De esta manera, abandonan sus propios puntos de vista y adoptan los del proletariado. El proletariado «lumpen» producto de la putrefacción pasiva de las capas más bajas de la vieja sociedad, se verá arrastrado al movimiento acá y allá, si bien -en consonancia con el conjunto de condiciones de su vida-, estará predispuesto a dejarse comprar en apoyó de maquinaciones reaccionarias . Las condiciones de vida del proletariado equivalen ya hoy a la destrucción de las condiciones de vida de la vieja sociedad. El proletariado carece de propiedad. Su relación respecto a la mujer y los niños nada tiene ya en común con la situación familiar burguesa. El trabajo en la moderna servidumbre bajo el capital, que viene a ser la misma tanto en Inglaterra como en Francia, en América como en Alemania, le ha privado de todo carácter nacional. Las leyes, la moral y la religión significan para él otros tantos prejuicios burgueses, tras los cuales se ocultan los correspondientes intereses de la burguesía. Todas las clases anteriores que conquistaron el poder trataron de asegurar la posición social así adquirida sometiendo a toda la sociedad a las condiciones que les permitieran a ellas la obtención de su ganancia. Los proletarios sólo pueden conquistar las fuerzas productivas sociales a cambio de abolir su propio modo de apropiación anterior y, con ello, cualquier modo de apropiación existente hasta hoy. Los proletarios no tienen nada propio que asegurar; sino que destruirán, antes bien, todo género de garantías y seguridades privadas precedentes. Todos los movimientos anteriores han sido movimientos de minorías en interés de minorías. El movimiento proletario es el movimiento autónomo de la inmensa mayoría en interés de la inmensa mayoría. El proletariado, la capa más baja de la actual sociedad, no puede levantarse ni sacudir su yugo sin hacer saltar en pedazos toda la superestructura de las capas que componen la sociedad oficial. La lucha del proletariado contra la burguesía es, por de pronto, una lucha nacional, aunque lo sea por su forma y no por su contenido. El proletariado de cada país tiene que ajustarle las cuentas, lógicamente, a su propia burguesía. Al describir con trazos muy generales las fases de desarrollo del proletariado, hemos seguido las huellas de la guerra civil más o menos encubierta que se da en la sociedad vigente hasta el momento mismo en que desemboca en revolución abierta y el proletariado fundamenta su poder mediante el derrocamiento violento de la burguesía. Todos los tipos de sociedad anteriores se basaban, como hemos visto, en el antagonismo entre clases opresoras y oprimidas. Pero para poder oprimir a una clase es preciso asegurarle las condiciones mínimas que le permitan arrastrar su vida de servidumbre. El siervo de la gleba fue capaz, merced al trabajo de su servidumbre, de elevarse a miembro de la comuna y el pequeño burgués, por su parte, se elevó a burgués bajo el yugo del absolutismo feudal. El obrero moderno, por el contrario, en vez de elevarse socialmente a medida que progresa la industria, se hunde más y más por debajo de la condición de su propia clase. El obrero se depaupera y el pauperismo se extiende con mas rapidez aún que la población y la riqueza. Se hace así patente que la burguesía es incapaz de permanecer por más tiempo como clase dominante de la sociedad y seguir imponiendo como tal clase sus condiciones de vida como ley reguladora para toda la sociedad. Es incapaz de dominar puesto que es incapaz de asegurar a sus esclavos la existencia, aunque sea dentro de su esclavitud, y los arrastra a una situación de tal indigencia que le resulta forzoso alimentarlos en vez de hacerse alimentar por ellos. La sociedad no puede vivir ya bajo su dominio o, lo que es igual, su existencia como clase se ha hecho incompatible con la de la sociedad. La condición esencial para la existencia y la dominación de la burguesía es la acumulación de riqueza en manos privadas, la formación y ampliación de capital. La condición básica del capital es el trabajo asalariado. El trabajo asalariado se basa exclusivamente en la concurrencia de los obreros entre si. El progreso de la industria cuyo agente involuntario y pasivo es la burguesía, substituye el aislamiento de los obreros, resultado de la concurrencia, por su unión revolucionaria mediante la asociación. Con el desarrollo de la industria, pues, la burguesía ve desaparecer bajo sus pies la base misma que le permite producir y apropiarse la producción. Antes que nada, produce sus propios sepultureros. Su hundimiento y el triunfo del proletariado son igualmente inevitables.
PROLETARIOS Y COMUNISTAS 1. ¿Qué relación guardan los comunistas con los proletarios en general? Los comunistas no son un partido especial frente a los otros partidos obreros. No tienen intereses propios, separados de los intereses del conjunto del proletariado. No establecen principios especiales a los que pretendan amoldar el movimiento proletario. Los comunistas se diferencian de los restantes partidos proletarios por el hecho de que, por una parte, en las diversas luchas nacionales de los proletarios, resaltan y hacen valer de modo especial los intereses comunes a todo el proletariado, independientes de su nacionalidad y, por la otra, porque en cada una de las fases de desarrollo que recorre la lucha entre proletariado y burguesía, defienden siempre los intereses del movimiento en su conjunto. Los comunistas son, pues, prácticamente entre todos los partidos obreros del mundo el sector que con mayor denuedo y mayor dinamismo empuja hacia adelante el movimiento. Aventajan a la restante masa del proletariado por su comprensión teórica de las condiciones, del derrotero y los resultados generales del movimiento proletario. El objetivo inmediato de los comunistas es el mismo que el de los restantes partidos proletarios: constitución del proletariado como clase, derrocamiento de la dominación burguesa, conquista del poder político por parte del proletariado. Los postulados teóricos de los comunistas no se basan, en modo alguno, en principios descubiertos o ideados por cualquier redentor visionario. Son formulaciones generales de situaciones reales que se dan en una lucha de clases real, en el movimiento histórico que se desarrolla a la vista de todos. La supresión del régimen de propiedad preexistente no es la característica específica del comunismo. Todos los sistemas de propiedad históricos estuvieron sujetos a continuos cambios, a la continua modificación de la historia. La Revolución francesa, por ejemplo, abolió la propiedad feudal en favor de la propiedad burguesa. Lo que caracteriza específicamente al comunismo no es la supresión de la propiedad en general, sino la supresión de la propiedad burguesa. Sólo que la moderna propiedad privada burguesa es la expresión última y más acabada de la producción y apropiación de productos basadas en los antagonismos de clase, en la explotación de unos hombres por otros. En este sentido, los comunistas si que podrían resumir sus teorías en esta sola fórmula: supresión de la propiedad privada. Se nos ha reprochado a los comunistas que pretendemos suprimir la propiedad personal adquirida mediante el trabajo propio; la propiedad que constituye el fundamento de toda libertad, la actividad y la autonomía personales. ¡La propiedad bien adquirida como fruto del trabajo y del esfuerzo propios! ¿Os referís a la propiedad del pequeño burgués, del pequeño campesino que precedieron a la propiedad burguesa? No necesitamos suprimirla. El desarrollo de la industria la ha suprimido y la sigue suprimiendo día tras día. ¿O bien os referís a la propiedad burguesa moderna? ¿Acaso el trabajo asalariado, el trabajo del proletario, le procura propiedad? En modo alguno. Lo que hace es crear capital, es decir, la propiedad que explota el trabajo asalariado y que sólo puede acrecentarse a condición de generar nuevo trabajo asalariado al que explotar de nuevo. La propiedad en su actual configuración se mueve en la antítesis entre capital y trabajo asalariado. Vamos a examinar los dos términos de esta antítesis. Ser capitalista significa ocupar una posición no meramente personal sino social en la producción. El capital es un producto social y únicamente puede ponerse en movimiento mediante la actividad común de muchos o, en última instancia, de todos los miembros de la sociedad. El capital no es, pues, un poder personal, sino social. Así pues, el que el capital pase en su día a ser propiedad colectiva, perteneciente a todos los miembros de la sociedad, no significa que la propiedad personal se transforme en colectiva: sólo queda transformado el carácter social de la propiedad al perder el carácter de clase. Centrémonos ahora en el trabajo asalariado. El precio medio del trabajo asalariado es el mínimo del salario; es decir, la suma de los bienes de subsistencia que resultan necesarios para mantener en vida al obrero como tal obrero. Lo que el obrero asalariado se apropia mediante su actividad es el mínimo imprescindible para mantener escuetamente su vida. En modo alguno queremos suprimir esta apropiación personal de productos, necesaria para la continua reproducción de la vida, una apropiación que no deja ningún rédito neto que pudiera dar poder sobre el trabajo ajeno. Lo que queremos es destruir el carácter miserable de esta apropiación en que el obrero vive únicamente para acrecentar el capital y ello mientras los intereses de la clase dominante así lo exijan. En la sociedad burguesa, el trabajo vivo del hombre es meramente un medio para acrecentar el trabajo acumulado. En la sociedad comunista, el trabajo acumulado es tan sólo un medio para ensanchar, enriquecer y fomentar el régimen de vida de los obreros. En la sociedad burguesa, el pasado domina sobre el presente. En la comunista, el presente sobre el pasado. En la sociedad burguesa, el capital goza de autonomía la personalidad mientras que el individuo active vive en coerción y la impersonalidad. ¡Y la supresión de esta situación es calificada por la burguesía de supresión de la personalidad y la libertad! Y con toda razón. Se trata, eso sí, de la supresión de la personalidad, la autonomía y la libertad burguesas. Por libertad se entiende, en el marco de las relaciones de producción burguesas, el libre comercio, la libertad de comprar y vender. Pero, desaparecido el tráfico logrero, desaparece asimismo la libertad de traficar. La fraseología acerca de la libertad de tráfico, así como las restantes loas retóricas de nuestra burguesía, tan sólo tienen sentido respecto al tráfico sujeto a trabas y al burgués sojuzgado, propios de la Edad Media, pero no respecto a la supresión comunista de este tráfico logrero, de las relaciones de producción burguesas y de la burguesía misma. Os aterráis de que queramos suprimir la propiedad privada como si no fuese una realidad que en la sociedad actual, la vuestra, se ha suprimido la propiedad privada para el noventa por ciento de sus miembros. La propiedad que existe se basa precisamente en su no existencia para ese noventa por ciento. Lo que nos reprocháis, pues, es querer suprimir una propiedad que tiene como condición necesaria la carencia de propiedad de la aplastante mayoría de la sociedad. Nos reprocháis, en una palabra, el querer suprimir vuestra propiedad. Ciertamente, es eso lo que pretendemos. Desde el momento en que el trabajo no pueda ya convertirse en capital, dinero y renta del suelo, resumiendo, en poder social monopolizable o, para decirlo de otro modo, desde el momento en que la propiedad personal no puede transformarse en propiedad burguesa, vosotros proclamáis que con ello queda abolida la persona como tal. De este modo, reconocéis que vosotros únicamente entendéis por persona al burgués, al propietario de la burguesía. Y es cierto que esta persona como tal debe ser abolida. El comunismo no priva a nadie del poder de apropiarse productos sociales. El único poder que suprime es el de hacer de esta apropiación el yugo que permita sojuzgar el trabajo ajeno Se ha objetado que con la supresión de la propiedad privada se paralizaría toda actividad y reinaría la indolencia general. Según esto, la sociedad burguesa se habría hundido ya víctima de la haraganería, pues los que en ella trabajan nada adquieren y los que en ella adquieren no trabajan, Esta objeción se reduce íntegramente a la tautología de que, una vez desaparecido el capital, desaparece, por consiguiente, el trabajo asalariado. Todas las objeciones lanzadas contra la forma comunista de apropiación y producción de bienes materiales se han hecho extensivas a la apropiación y producción de bienes culturales. Del mismo modo que el burgués piensa que el cese de la propiedad clasista equivale al cese de la misma producción, piensa asimismo que la supresión de la educación clasista equivale prácticamente a la supresión de la educación sin más. La educación, cuya pérdida lamenta el burgués, no es otra cosa, para la aplastante mayoría de la población, que el adiestramiento para el manejo de la máquina. Pero ¿por qué discutís con nosotros acerca de la supresión de la propiedad burguesa aplicando criterios basados en vuestras ideas burguesas acerca de la libertad, la educación, el derecho, etc.? Vuestras mismas ideas son producto de las relaciones burguesas de producción y propiedad del mismo modo que vuestro derecho no es otra cosa que la voluntad de vuestra clase elevada a ley, una voluntad cuyo contenido se deduce de las condiciones materiales de vida de vuestra clase. Esa idea interesada que os hace convertir vuestro régimen social de producción y propiedad -régimen transitorio en cuanto que resultado de la historia- en una ley eterna de la naturaleza y la razón, la tenéis en común con todas las clases dominantes ya periclitadas. Lo que os parece comprensible respecto a la propiedad en la Antigüedad y os parece asimismo comprensible respecto a la propiedad feudal, no sois capaces de comprenderlo en el caso de la propiedad burguesa. ¡Supresión de la familia! Hasta los más radicales se exaltan escandalizados ante este propósito execrable de los comunistas. Pero ¿en qué se basa la familia actual, la burguesa? Se basa en el capital, en el lucro privado. Sólo para la burguesía se da una familia en sentido pleno, cuya contrapartida está en la forzosa carencia de familia de los proletarios y en la prostitución pública. Este tipo de familia burguesa desaparecerá, naturalmente, con la desaparición de su contrapartida y ambas desaparecerán con la desaparición del capital. ¿Nos reprocháis el querer suprimir la explotación: de los niños por parte de sus padres? Sí, nos declaramos reos de ese crimen. Pero afirmáis que al substituir la educación doméstica por la social eliminamos la más pura intimidad familiar. Pero ¿acaso vuestra educación no está determinada por la sociedad, por las relaciones sociales que sirven de marco a la educación, por ingerencia más o menos directa de la sociedad a través de la escuela? Los comunistas no han inventado la influencia de la sociedad en la escuela. Lo único que pretenden es modificar su carácter sustrayéndola al influjo de la clase dominante. La retórica burguesa acerca de la familia y la educación, acerca de la intimidad familiar entre padres e hijos, resulta tanto más repugnante cuanto que con la extensión de la gran industria se van desgarrando todos los lazos de las familias proletarias y los niños se van transformando en meros artículos de comercio e instrumentos de trabajo. ¡Pero vosotros los comunistas, nos grita a coro toda la burguesía, queréis implantar la comunidad de mujeres! El burgués ve en su mujer un simple instrumento de producción y como ha oído que los instrumentos de trabajo beben ser explotados en común, no puede menos de pensar que también a las mujeres les aguarda el destino de la colectivización. No puede ni imaginarse que de lo que se trata precisamente es de suprimir la situación de la mujer como mero instrumento de producción. Por lo demás, ¿hay algo más ridículo que ese espanto de nuestros burgueses, con estridencias de alta moral, ante la pretendida colectivización oficial de las mujeres por parte de los comunistas? Los comunistas no necesitan implantar la comunidad de mujeres ya que ésta se ha dado casi siempre. Nuestros burgueses no se contentan con el hecho de tener a su disposición las mujeres e hijas de sus proletarios -dejando aparte la prostitución oficial- sino que hallan el mayor de los placeres en la recíproca seducción de sus propias mujeres. En realidad, el matrimonio burgués equivale ya a la comunidad de las esposas. A 1o sumo, se podría reprochar a los comunistas el querer implantar una comunidad de mujeres oficial y sin tapujos en lugar de la que ahora se da con velada hipocresía. Ni que decir tiene, por lo demás, que con la supresión de las relaciones de producción ahora vigentes, ha de desaparecer también la comunidad de mujeres que de ella deriva, es decir, tanto la prostitución oficial como la inoficial. También se ha reprochado a los comunistas el querer suprimir la patria, la nacionalidad. Los obreros no tienen patria. No es posible quitarles lo que no tienen. En cuanto que el proletariado tiene por objetivo inmediato la conquista del poder político para constituirse en clase nacional, en nación, el proletariado es nacional, aunque en un sentido muy diferente al de la burguesía. Ya el desarrollo de la burguesía, con la libertad de comercio, el mercado mundial y la uniformización de la producción industrial y de las correspondientes formas de vida, va haciendo que se esfumen paulatinamente los aislamientos y antagonismos nacionales. El dominio del proletariado acelerará esa extinción. Su acción conjunta, por lo menos la del proletariado de las naciones más civilizadas, es una de las primeras condiciones de su liberación. A medida que se vaya eliminando la explotación de unos individuos por otros, se irá eliminando paralelamente la explotación de unas naciones por otras. Desaparecido el antagonismo de clases en el interior de una nación, desaparecerá la actitud hostil de unas naciones para con otras. Las acusaciones lanzadas contra el comunismo desde el plano religioso, filosófico, o ideológico en general, no merecen mayores comentarios. No hace falta una agudeza especial para comprender que, al cambiar las condiciones de vida de los hombres, sus relaciones sociales y su existencia social, se modificarán y asimismo sus ideas, sus concepciones, en una palabra, su misma conciencia. ¿Qué otra cosa demuestra la historia de las ideas sino que las producciones del espíritu se transforman con la producción material? Las ideas dominantes en cada época fueron las ideas de la clase dominante. Cuando se habla de ideas capaces de revolucionar toda una sociedad, se está expresando únicamente el hecho de que, en el seno de la vieja sociedad, se han constituido los elementos de la nueva y que la extinción de las nuevas ideas va de la mano de la descomposición de las viejas condiciones de vida. Cuando el mundo estaba al borde de su desaparición, las religiones de la Antigüedad fueron vencidas por la religión cristiana. Cuando en el siglo XVIII, las concepciones cristianas cayeron abatidas por las ideas de la Ilustración, la sociedad feudal estaba librando una lucha a vida o muerte con la entonces revolucionaria burguesía. Las ideas de libertad de pensamiento y confesión eran la expresión de la libre concurrencia en el campo del saber. Se nos dirá, sin embargo, que las ideas religiosas, morales, filosóficas y jurídicas se modificaron, ciertamente, en el curso del desarrollo histórico pero la religión, la moral, la filosofía, la política y el derecho siempre prevalecieron en este cambio. Se añadirá, incluso, que hay verdades eternas tales como la de libertad y justicia y otras muchas, comunes a todos los sistemas sociales y que, a pesar de ello el comunismo suprime esas verdades eternas, la religión y la moral, en lugar de transformarlas situándose así en contradicción con todo desarrollo social anterior. ¿A qué se reduce esta acusación? La historia de todas las sociedades anteriores se movía en el marco de los antagonismos sociales que en cada época adoptaban distinta naturaleza. Cualquiera que sea la forma adoptada en cada caso, el hecho de la explotación de una parte de la sociedad por la otra es algo común a todas las épocas pasadas. Nada tiene de admirable, por consiguiente, que la conciencia social, producto de muchos siglos, a despecho de su diversidad y multiformidad en el tiempo, se mueva dentro de ciertos esquemas comunes, en formas de conciencia que tan sólo se extinguirán plenamente con la completa desaparición del antagonismo de clases. La revolución comunista significa la ruptura más radical con las relaciones de Producción tradicionales y no nos ha de sorprender, por lo tanto, que rompa en el curso de su desarrollo del modo más radical con todas las ideas tradicionales. Pero dejemos ahora de lado las objeciones burguesas contra el comunismo. Ya vimos más arriba que el primer paso de la revolución proletaria consiste en la elevación del proletariado a clase dominante en la conquista de la democracia. El proletariado usará de su poder político para arrancar paso a paso a la burguesía todo su capital, centralizar todos los instrumentos de producción en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase dominante, y acrecentar con la mayor rapidez posible el cúmulo de fuerzas productivas. En un principio, todo ello sólo es posible, naturalmente, mediante intervenciones despóticas en el derecho de propiedad y en las relaciones burguesas de producción, es decir; mediante medidas que pueden parecer económicamente insuficientes e insostenibles en si mismas pero que, en el transcurso de todo este movimiento, van, en su alcance, más allá de si mismas y resultan imprescindibles para la transformación radical de todo el sistema de producción. Estas medidas habrán de ser, como es natural, diversas de conformidad con la diversidad de los países. En el caso de los países más avanzados, las siguientes medidas tendrán, sin embargo, una aplicación más o menos general: 1. Expropiación de la propiedad territorial y dedicación para gastos del Estado de la renta del suelo. 2. Impuesto fuertemente progresivo. 3. Supresión del derecho de herencia. 4. Confiscación de la propiedad de todos los emigrados políticos y rebeldes. 5. Centralización del crédito en manos del Estado. 6. Centralización de la red de transportes en manos del Estado. 7. Ampliación del número de fábricas nacionales, instrumentos de producción, roturación y mejora de terrenos de acuerdo con un plan general. 8. Imposición a todos de la obligación de trabajar; organización de ejércitos industriales, especialmente para la agricultura. 9. Explotación combinada de la agricultura y la industria. Intervención encaminada a la eliminación gradual de diferencias entre la ciudad y el campo. 10. Educación pública y gratuita de todos los niños. Eliminación del trabajo fabril de los niños en su forma actual. Interacción coordinada entre la educación y la producción material. Cuando, en el transcurso de este proceso, vayan desapareciendo las diferencias de clase y la totalidad de la producción se halle en manos de los individuos asociados, el poder público perderá su carácter político. El poder político en su sentido más genuino no es sino el poder organizado de una clase para la opresión de las otras. Cuando el proletariado se una forzosamente como clase en su lucha contra la burguesía, se constituya en clase dominante mediante la revolución y como tal clase dominante suprima por la fuerza las viejas relaciones de producción, suprimirá con ellas la condición misma de los antagonismos de clase, las clases como tales y su propia dominación de clase. En lugar de la vieja sociedad burguesa, con sus clases y antagonismos de clases, surgirá una asociación en la que el libre desarrollo de cada uno será la condición para el libre desarrollo de los demás. 1. EL SOCIALISMO REACCIONARIO 1. a) El socialismo feudal Las aristocracias inglesa y francesa estaban llamadas, por su posición social, a escribir panfletos contra la moderna sociedad burguesa. En la Revolución francesa de julio de 1830 y en el movimiento reformista inglés, hubo de sucumbir una vez más ante el odiado advenedizo. A partir de ahí, toda lucha política seria quedaba muy fuera de sus posibilidades. No le quedaba otro recurso que el de la lucha con la pluma. Pero la vieja retórica de la época de la restauración había perdido toda vigencia, incluso en el campo de la literatura. Para despertar simpatías tuvo que olvidar, al menos en apariencia, sus intereses y formular su acta de acusación contra la burguesía únicamente en interés de la clase obrera explotada. De este modo, se daba la satisfacción de entonar coplas libeláticas contra su nuevo dominador y susurrarle al oído profecías más o menos funestas. Así surgió el socialismo feudal, mitad lamento fúnebre, mitad pasquín; mitad resonancia del pasado y mitad amenaza del futuro, capaz a veces de herir en lo más vivo a la burguesía con juicios cáusticos y cortantes por su agudeza, pero dando siempre una imagen ridícula por su incapacidad total para comprender la marcha de la historia moderna. Para atraer al pueblo y ponerse a su cabeza, agitaba como bandera el saco de mendigo del proletariado; pero cada vez que el pueblo le seguía acababa por ver en su trasero los viejos blasones feudales y se dispersaba entre carcajadas tan sonoras como irreverentes. Una parte de los legitimistas franceses y la Joven Inglaterra han desempeñado este papel como autores consumados. En su afán de demostrar que su modo de explotación era de otra naturaleza que el de la burguesa, estos señores feudales olvidan que ellos explotaban en circunstancias y bajo condiciones totalmente diferentes, hoy ya caducadas. Y, al poner de manifiesto que bajo su dominación no existía el proletariado moderno, olvidan que la burguesía moderna es precisamente el vástago que su régimen feudal había de engendrar necesariamente. Por lo demás, la ocultación de su carácter reaccionario es mínima ya que su acusación fundamental contra la burguesía consiste en reprocharle que, bajo su régimen, se desarrolla una clase que hará saltar en pedazos toda la vieja sociedad. Lo que le reprochan no es tanto el engendrar un proletariado como el engendrar un proletariado revolucionario. De aquí que en su praxis política compartan todas las medidas de fuerza contra la clase obrera y en la vida cotidiana, pese a toda su ampulosa retórica, se avengan a recolectar las manzanas de oro y a trocar la fidelidad, el amor y el honor por el sucio tráfico en lana de oveja, remolacha y aguardiente. Al igual que el cura de misa y olla iba siempre del bracete del señor feudal, el socialismo clerical va también de la mano del socialismo feudal. Nada resulta más fácil que dar un barniz socialista al ascetismo cristiano. ¿No lanzó el cristianismo sus invectivas airadas contra la propiedad privada, el matrimonio y el Estado? ¿Acaso no predicó en substitución de todo ello la caridad, la limosna, el celibato y la mortificación de la carne, el monacato y la iglesia. El socialismo cristiano no es otra cosa que el agua bendita con que la clerigalla bendice el enojo de la aristocracia. b) El socialismo pequeño burgués La aristocracia feudal no es la única clase derrocada por la burguesía ni la única que hubo de ver cómo sus condiciones de vida se consumían y extinguían en la moderna sociedad burguesa. Los villanos medievales y la clase de los pequeños campesinos fueron los precursores de la moderna burguesía. En aquellos países de menor desarrollo industrial y comercial, estas clases siguen vegetando al lado de la ascendente burguesía. En los países con una civilización moderna desarrollada, se ha ido constituyendo una nueva capa pequeño-burguesa que flota entre la burguesía y el proletariado y que se recompone una y otra vez como grupo complementario de la sociedad burguesa, pero cuyos miembros se ven arrojados continuamente a las filas del proletariado por la competencia económica. Esta pequeña burguesía ve incluso cómo, con el desarrollo de la gran industria, se aproxima el momento en que desaparecerá como sector independiente de la sociedad moderna al ser substituida en el comercio, la producción manufacturera y la agricultura por capataces y domésticos. En países como Francia, en los que la clase campesina constituye más de la mitad de la población, nada tiene de extraño que algunos escritores, al sostener la causa del proletariado contra la burguesía, tomasen como base de su crítica del régimen burgués criterios pequeño-burgueses o propios del pequeño campesinado. Tomaron partido en favor del proletariado, pero con un enfoque pequeño-burgués. Fue así como surgió el socialismo pequeño-burgués. El representante más relevante de su literatura es Sismondi y ello tanto para Francia como para Inglaterra. Este socialismo analiza con extrema agudeza las contradicciones de las modernas relaciones de producción quitándoles la máscara de retoques cosméticos con que los economistas las disimulaban. Puso al descubierto de forma irrefutable la acción destructora de la maquinaria y la división del trabajo, la concentración de capitales y tierras, la superproducción y las crisis, el forzoso hundimiento de la pequeña burguesía y el campesinado, la miseria del proletariado, las clamorosas desigualdades en la distribución de la riqueza, la aniquiladora guerra industrial entre las diferentes naciones, la disolución de las viejas costumbres, de las viejas relaciones familiares y de las viejas nacionalidades. Pero en cuanto a su contenido concreto, lo que este socialismo propone es volver a reconstruir los medios de producción y cambio anteriores y, con ello, las viejas relaciones de propiedad y la vieja sociedad o bien ensamblar de nuevo, por la fuerza, los modernos medios de producción y cambio en el marco de las viejas relaciones de producción, marco-que aquéllos habían hecho saltar como forzosamente debía ocurrir. Tanto en un caso como en otro, su carácter es reaccionario y utópico al mismo tiempo. Organización gremial de las manufacturas y economía patriarcal en la agricultura. Eso es lo que proclaman en última instancia. En su desarrollo ulterior, esta tendencia se ha refugiado cobardemente en un estado de modorra quejumbrosa. c) El socialismo alemán o «verdadero» La literatura socialista y comunista francesa, surgida bajo la presión de la burguesía dominante y expresión literaria de la lucha contra esa dominación, penetró en Alemania en una época en que la burguesía acababa de iniciar su lucha contra el absolutismo feudal. Filósofos, semifilósofos y espíritus estetizantes de Alemania se lanzaron con avidez sobre esta literatura olvidándose tan sólo de que, si bien aquellos escritos cruzaban las fronteras alemanas provenientes de Francia, ello no significaba que también las cruzasen simultáneamente las condiciones de vida de este país. Frente a las condiciones dadas en Alemania, esta literatura perdía toda significación práctica inmediata, adoptando un aspecto enteramente literario. Tenía que aparecer forzosamente como especulaciones ociosas acerca de la realización de la esencia humana. El sentido que las exigencias de la primera revolución francesa podían tener para los filósofos alemanes del siglo XVIII era el de ser exigencias de la «Razón Práctica» en general, y las decisiones revolucionarias de la burguesía francesa representaban a sus ojos las leyes de la voluntad pura, de la voluntad ideal, de la voluntad auténticamente humana. El trabajo de los escritores alemanes se redujo exclusivamente a armonizar las nuevas ideas francesas con su anticuada conciencia filosófica o, mejor dicho, a asimilar esas ideas francesas desde el punto de vista filosófico. Esa asimilación se efectuó del misma modo como se efectúa el aprendizaje de una lengua extranjera, mediante la traducción. Es bien sabido que los monjes recubrieron muchos manuscritos, plasmación de las obras clásicas del paganismo, con insípidas vidas de santos de la Iglesia Católica. Los literatos alemanes procedieron a la inversa respecto a la literatura profana francesa. Lo que hicieron fue escribir, tras el texto original francés, sus absurdos filosóficos. Así por ejemplo, tras la critica francesa a las relaciones dinerarias, ellos escribieron: «Alienación de la esencia del ser humano». Tras la crítica francesa al Estado burgués escribieron: «Supresión de la dominación de la universalidad abstracta», etc. A la intromisión chapucera de esa retórica filosófica tras las evoluciones del pensamiento francés se la bautizó con el nombre de «Filosofía de la acción», «Socialismo verdadero», «Ciencia alemana del Socialismo» o «Fundamentación filosófica del Socialismo». La literatura socialcomunista francesa quedó así literalmente castrada. Y como quiera que en las manos de los alemanes dejó de ser la expresión de la lucha de una clase contra las otras, el alemán adquirió conciencia de haber superado la «unilateralidad francesa» y de defender, en lugar de necesidades reales, la necesidad de la verdad y, en lugar de las intereses del proletariado, los intereses del ser humano, del hombre en sí, del
2. EL SOCIALISMO BURGUÉS O CONSERVADOR 1. Una parte de la burguesía desea mitigar los males sociales al objeto de asegurar la permanencia de la sociedad burguesa. Cabe contar aquí a los economistas, a los filántropos, a los humanitarios, a los promotores de la mejora de la situación de las clases trabajadoras, a los organizadores de la beneficencia, a los miembros de la sociedad protectora de animales, fundadores de asociaciones en pro de la frugalidad y a los más pintorescos reformadores de vía estrecha. También este socialismo burgués ha sido objeto de grandes elaboraciones sistemáticas. Vamos a aducir como ejemplo la «Filosofía de la Miseria», de Prudhon. Los socialistas burgueses quisieran tener las condiciones de vida de la sociedad moderna sin las luchas ni peligros que necesariamente conllevan. Quisieran la sociedad vigente, previa supresión de todos los elementos que la revolucionan y descomponen. Quisieran la burguesía sin el proletariado. La burguesía concibe, naturalmente, el. mundo en que ella domina como el mejor de los mundos. El socialismo burgués elabora un sistema parcial o total partiendo de esa concepción consoladora. Cuando exhorta al proletariado a hacer realidad sus sistemas y entrar en la nueva Jerusalén, lo único que está exigiendo, en último término es que permanezca en el actual sistema social, pero alejando de su mente las odiosas ideas que se ha formado de él. Una segunda modalidad menos sistemática, pero tanto más práctica de socialismo, trata de enfriar cualquier iniciativa revolucionaria de la clase obrera haciéndole ver que no es tal o cual reforma política lo que le reportará ventajas, sino tan sólo la modificación de sus condiciones materiales de vida, de su situación económica. Por modificación de las condiciones materiales de vida no entiende ese socialismo, en modo alguno, la abolición de las relaciones de producción burguesas -cosa que sólo se puede obtener por el camino de la revolución-, sino las mejoras administrativas que se efectúan en el marco de esas relaciones de producción y que en nada modifican, por tanto, la relación entre el capital y el trabajo asalariado. En el mejor de los casos, esas mejoras reducen los costos de la dominación burguesa y simplifican el presupuesto de su Estado. Este socialismo burgués encuentra su expresión más acabada allí donde se convierte en mera figura retórica. ¡Librecambio! En interés de la clase trabajadora. ¡Protección aduanera! En interés de la clase trabajadores. ¡Prisiones celulares! En interés de la clase trabajadora. Ésta es la consigna definitiva, la única que el socialismo burgués toma realmente en serio. El socialismo de la burguesía consiste precisamente en la afirmación de que el burgués es burgués en interés de la clase trabajadora.
3. EL SOCIALISMO Y COMUNISMO CRÍTICOUTÓPICOS 1. No hablamos aquí de la literatura que en todas las grandes revoluciones sirvió de expresión a las exigencias del proletariado (escritos de Baboeuf, etc.). Los primeros intentos del proletariado en una época de agitación general, el periodo de derrocamiento de la sociedad feudal de hacer valer directamente su propio interés de clase, tenían que fracasar forzosamente debido al desarrollo, todavía insuficiente, de su propia constitución así como a la ausencia de las condiciones materiales de su emancipación. Éstas resultan precisamente de la una duración de la época burguesa. La literatura revolucionaria surgida de estos primeros movimientos del proletariado tiene necesariamente, por lo que respecta a su contenido, un carácter reaccionario. Preconiza un ascetismo universal y un burdo igualitarismo. Los sistemas auténticamente socialistas y comunistas, los de Saint Simon, Fourier, Owen, etc., emergen en la primera fase, poco desarrollada, de la lucha entre el proletariado y la burguesía tal y como ya expusimos más arriba (véase el capítulo «Burgueses y Proletarios»). Los creadores de estos sistemas se apercibieron ciertamente del antagonismo entre clases y de la eficacia de los elementos de disolución actuantes en el seno de la misma sociedad vigente. Lo que sin embargo no alcanzaron a ver es la actividad histórica autónoma del proletariado ni el movimiento político que le es propio. Como quiera que el desarrollo de los antagonismos de clase discurre paralelamente al desarrollo de la industria, se mostraron asimismo incapaces de descubrir las condiciones materiales de la emancipación del proletariado y fueron en busca de la ciencia social, de las leyes sociales que las creasen. En lugar de la actividad social había de intervenir su actividad inventiva personal; en lugar de las condiciones históricas de la emancipación, condiciones fantásticas; en lugar de la organización paulatina del proletariado como clase, la organización de la sociedad que sus propias mentes urdían. La historia universal venidera se reduce, para ellos, a la propaganda y puesta en práctica de sus proyectos sociales. Abrigan, de seguro, la conciencia de que con sus proyectos defienden los intereses de la clase obrera como clase más mortificada, pues el proletariado existe para ellos, tan sólo bajo ese aspecto de clase más mortificada. La forma todavía poco desarrollada de la lucha de clases y la posición social propia les hacen creerse muy por encima de los antagonismos de clase. Pretenden mejorar las condiciones de vida de todos los hombres de la sociedad, incluidos los más acomodadas. Por lo tanto, apelan a toda la sociedad sin hacer distinciones e incluso con preferencia a la clase dominante. Pues basta conocer su sistema, piensan, para reconocer en él el mejor plan para la mejor de las sociedades posibles. Por ello repudian toda acción política y de modo explícito la revolucionaria y quieren alcanzar su meta por la vía pacífica, intentando abrir camino al nuevo evangelio social con el poder del ejemplo, mediante pequeños experimentos que acaban, como es natural, en el fracaso. Sus descripciones fantásticas de la sociedad del futuro nacen en una época en que el proletariado está aún en desarrollo incipiente y en consecuencia apenas tiene, él mismo, una idea fantástica de su propia situación y responden a su impulso primario, intuitivo, de transformación general de la sociedad. Pero estos escritos socialistas y comunistas constan también de elementos críticos. Atacan todos los fundamentos de la sociedad vigente y han suministrado por ello materiales valiosísimos para la ilustración de las obreros. Sus tesis positivas sobre la sociedad futura, por ejemplo la supresión de la oposición entre la ciudad y el campo, de la familia, de la ganancia privada, del trabajo asalariado, la proclamación de la armonía social, la conversión del Estado en mera administración de la producción, todas esas tesis expresan únicamente el escamoteo del antagonismo de clases, antagonismo que tan sólo conocen en su primera indeterminación amorfa, precisamente porque apenas ha iniciado su desarrollo. Por ello, esas tesis, en si mismas, tienen todavía un sentido puramente utópico. La importancia del socialismo y comunismo críticoutópicos está en proporción inversa al desarrollo histórico. En la misma medida en que la lucha de clases se desarrolla. y se vertebra, esta ilusión de flotar por encima de la misma o de combatirla con quimeras pierde todo valor práctico, toda justificación teórica. Por ello, aun cuando los autores de estos sistemas fuesen revolucionarios en más de un aspecto, sus discípulos fundan en todos los casos sectas reaccionarias. Frente al avance histórico del proletariado, ellos se mantienen aferrados a las viejas concepciones de sus maestros. Consecuentemente tratan de quitar virulencia a la lucha de clases y conciliar los antagonismos. Sueñan todavía con la realización experimental de sus utopías sociales, con la fundación de falansterios aislados, la creación de Home-Colonies (colonias de metrópoli) y la instauración de una pequeña Icaria -edición en miniatura de la Nueva Jerusalén-. Y para la construcción de todos estos castillos en el aire se ven obligados a apelar a la filantropía cordial y a la bolsa del burgués. Poco a poco se van integrando en la categoría de los socialistas conservadores o reaccionarios y lo único que los distingue de ellos es su pedantería más sistemática la fanática superstición con que confían en los milagrosos efectos de su ciencia social. Se oponen por ello encarnizadamente a todo movimiento político de los obreros que, a su Juicio, sólo puede provenir de la ciega incredulidad en el nuevo evangelio. Los owenistas ingleses y los fourieristas franceses reaccionan respectivamente contra cartistas y reformistas.
4.POSICIÓN DE LOS COMUNISTAS RESPECTO A LOS DIFERENTES PARTIDOS DE LA OPOSICIÓN 1. Después de lo dicho en el capítulo II, resulta obvia la relación que los comunistas guardan respecto a los partidos obreros ya constituidos, es decir, respecto a los cartistas y los reformadores agrarios en Norteamérica. Los comunistas luchan por la consecución de los objetivos e intereses inmediatos, pero en el movimiento actual representan al mismo tiempo el futuro de ese movimiento. En Francia, los comunistas se unen al partido social-democrático en su lucha contra la burguesía radical y conservadora, sin renunciar por ello al derecho de mantener una actitud crítica frente a la fraseología hueca y las ilusiones provenientes de la tradición revolucionaria. En Suiza, dan soporte a los radicales sin perder de vista que este partido se compone de elementos contradictorios, de demócratas socialistas en sentido francés, por una parte, y de burgueses radicales por otra. En Polonia, los comunistas apoyan al partido que hace de la revolución agraria la condición para la liberación nacional, el mismo partido que dio vida a la insurrección de Cracovia de 1846. En Alemania, mientras la burguesía desempeñe un papel revolucionario, el partido comunista luchará junto a ella contra la monarquía absolutista, la propiedad feudal de la tierra y la pequeña burguesía. Pero no desaprovechará ningún momento para ir forjando entre los obreros una conciencia lo más clara posible acerca de la oposición hostil entre burguesía y proletariado, al objeto de que los obreros alemanes hagan de las condiciones sociales y políticas que la burguesía implantará con su dominación otras tantas armas que dirigirán de inmediato contra esa misma burguesía. Tras el derrocamiento de las clases reaccionarias, dará así comienzo en Alemania la lucha contra la burguesía misma. Los comunistas concentran especialmente su interés en Alemania por estar ésta en vísperas de una revolución burguesa y porque esta convulsión social se da en una situación mas avanzada de la civilización europea y con un proletariado bastante más desarrollado que el existente en la situación de Inglaterra en el siglo XVII o en Francia en el siglo XVIII. De este modo, la revolución burguesa alemana no puede ser sino el preludio inmediato de una revolución proletaria. En una palabra, los comunistas apoyan en todas partes cualquier movimiento revolucionario que vaya contra el orden social y político vigente. En todos los movimientos destacan la cuestión de la propiedad, cualesquiera que sea la forma más o menos desarrollada que haya revestido ésta, como la cuestión fundamental de los mismos. Finalmente, los comunistas se esfuerzan por doquier en favor de la unión y el entendimiento entre los partidos democráticos de todos los países. Los comunistas consideran despreciable el ocultar sus opiniones e intenciones. Proclaman abiertamente que sus objetivos tan sólo se pueden alcanzar mediante el derrocamiento violento de todo el orden social preexistente. Que las clases dominantes tiemblen ante una revolución comunista. Los proletarios nada tienen que perder en ella, salvo sus cadenas. Y tienen un mundo que ganar. ¡Proletarios de todos los países, uníos!